domingo, 4 de diciembre de 2011


La Cabaña
Por Leonardo Chirinos

     La herida no paraba de sangrar y presionaba fuerte con mi mano sobre ella mientras cruzaba el oscuro prado en dirección a la cabaña, guiándome prácticamente por instinto. De forma casi imperceptible, mi paso se aceleraba hasta convertirse en un trote chueco, el cual me hizo caer al suelo más de una vez, y cuando eso ocurría giraba presto, cauteloso de ser acechado por aquella bestia, la misma que de un mordisco me había arrancado un pedazo de piel del brazo que en esos momentos debía estar consumiéndose en sus inhumanas entrañas. Pero al escrutar solo encontraba niebla, una espesa bruma que se movía con sigilo en la oscuridad, como si la maldad en su estado más puro se cerniera sobre mí y de forma veloz me incorporaba y continuaba el camino.
Cada paso que daba era como un salto de fe, solo contaba con la luz de la luna, y la niebla me había ocultado el pasaje a casa. Si había errado en la dirección, si mis pasos me llevaban al bosque, estaría cavando mi propia tumba. Pero no podía pensar en ello, no se trataba solo de mí, Diana me esperaba en casa, el único ser que me ha acompañado todo este tiempo y ha soportado mi mala conducta. Se trataba de ella, y si no llegaba antes que esa cosa hambrienta que rondaba en la niebla, estaría en terrible peligro.
     «Papá», susurraron a mi espalda y sentí cómo el sonido palideció mi piel al igual que un soplido extingue una vela. El frío poseyó mi cuerpo y desde entonces jamás lo abandonó. Giré aterrado y pude ver a distancia una sombra oscilaba hacia los lados con suma lentitud.

            —¡Tu no eres mi hijo! — grité y las palabras se extendieron por la noche en un lamento —Lo sepulté hace un año — agregué en un murmullo que solo yo pude escuchar, como si no estuviera convencido de su muerte.

     Un agudo dolor inyectaba mis articulaciones con cada leve movimiento que hacia y mis piernas con el tiempo se volvía mas pesadas, el abdomen se encontraba rígido presionando el ardor que crecía dentro de mi estomago. Luego de unos minutos milagrosamente un resplandor amarillento se comenzó a ver a través de la espesura de la niebla, formando la silueta curveada de una colina no muy alta, detrás de ella estaba la cabaña. Me apresuré para subir por ella y cuando por fin divisé el umbral un latido de dolor apuñaleo la herida y me tumbo hasta el suelo, la punzada parecía tener vida propia y se extendía por mis venas como un veneno maligno pero yo solo observaba la cabaña y lo cerca que estaba de llegar a ella, en ese momento no existía sentimiento mas doloroso que el de no terminar el sendero, aquella imagen de la cabaña se volvió encharcada por las lagrimas y solo una pregunta recorría mi mente «¿Por qué no pude ser mas fuerte?».

     Permanecí estático por unos segundos y cuando la resignación comenzaba a invadir mi mente el dolor cedió. Al momento en que pude flexionar las extremidades me levanté y continué, esta vez no presionaba la herida porque la hemorragia ya había cesado. Cuando me encontraba a solo un par de metros de la casa, Diana surgió por la puerta y corrió a toda velocidad hasta mí. Al llegar a mi regazo acaricié su brazo tibio lentamente tiñendo de rojo su pálida piel.
  
      —¡Estás ardiendo! — me expresó alarmada, se aparto de mi y observó la herida en el brazo — ¿Que te hiso esto?
        —Sinceramente, no estoy seguro cariño — le dije y formé una mueca burlona. — Tenemos que entrar.

    La halé hasta la puerta; estiré mi brazo hasta el interruptor del poste y un reflejo me hizo voltear hacia la colina, la niebla empezaba a dibujar la silueta que lánguidamente cabeceaba hacia los lados. Aquella criatura había gozado de mi sabor y ya sabía dónde encontrarme. Apagué la luz del pórtico y cerré la puerta con llave.
Atravesé cojeando la sala de la casa hacia el interruptor y dejé él cuarto en total oscuridad.
       — ¿Qué pasa allá afuera? ¿Por qué apagas las luces? — Preguntó preocupada.
      —La cosa que me hiso esto — Le mostré el brazo — está allá afuera Diana y si no hacemos algo. Si le damos la oportunidad esa cosa es capaz de matarnos—. Su mandíbula inferior se desprendió del resto de su rostro y cubrió sus labios rojos con la mano.
            — Pe... ¿Pero donde esta tu escopeta? — preguntó.
Limpié el sudor de mi frente — La perdí cuando me atacó — contesté sin poder verla a los ojos.
            — ¿Pudiste ver como era?
            —Diana, cualquier cosa que diga traerá mas preguntas y créeme, este no es el momento.
            —Pero quiero saber si se trata de un oso o…
            —No, no es un oso — intervine y comencé a proyectar la aterradora la escena en mi mente — no recuerdo muy bien pero entre el forcejeo por un instante creí que era nuestro hi…

Un fuerte golpe en la puerta principal hiso vibrar la madera polvorienta de piso y un reflejo no obligó a inclinarnos al mismo tiempo.

            — ¡Sube a la habitación y apaga las luces yo te alcanzo enseguida! — le grité en susurros.
            —No puedo — balbuceó con las manos cubriendo su boca.
            — ¡Si, si puedes! Ve, que yo buscaré algo para defendernos.

      Ella accedió a la orden y yo crucé de nuevo la oscuridad de la sala atenta de los golpes que la bestia formaba desde afuera, llegué a la cocina, golpeé el interruptor con la palma de la mano y en un parpadeo la habitación se tiñó de negro. A su vez, la luz azulada de la luna, la cual entraba por la ventanilla de la cocina se intensificó y una detestable e indomable intriga me impulsó a mirar hacia afuera. Lentamente comencé a avanzar y relajar los músculos. Llegué hasta la ventana y el resplandor lunar contrajo mi pupila. Al asomarme pude ver cómo la niebla danzaba de forma pesada y lúgubre alrededor de la casa detrás de ella comencé a observar la sombra de unas personas que se aproximaban, la esperanza comenzó a agarrar color en mi futuro hasta notar la pesadumbre y sigilo de su andar.

     El ardor en mi estomago se incrementó, caí al suelo y comencé a vomitar, cuanto terminé limpie la boca con mi mano y observe bajo el débil resplandor que surgía de la ventana los dedos manchados de sangre, abrí la llave del fregadero y me lavé horrorizado, giré presto, agarré un cuchillo de cocina que atravesaba el borde de la mesa de madera y comencé a caminar hacia la habitación, llegue a las escalera y comencé a subir sobre las rechinantes tablas de la escalera, la luz de la habitación continuaba encendida. Mi respiración se volvió tan acelerada que el oxigeno no parecía suficiente para mantenerme con vida y el miedo volvió a nublar mi mente

            —Dios, no quiero morir. No esta noche —supliqué en un susurro—.Sé que moriré, pero esta noche no. Esta noche es mía.

    Los golpes de la puesta se habían multiplicado y el estruendo dentro de la casa se convirtió por unos instantes en música de fondo para aquella pesadilla que estábamos viviendo, la mano que sostenía el cuchillo dio un vuelco y me hiso caer adolorido sobre las escalera, luego cada una de mi extremidades comenzó a hacer lo mismo y empecé a golpearme descontroladamente con los escalones, la pared y las rendijas de la escalera, todo a mi alrededor se cubrió de sangre y luego solo hubo oscuridad.

    Unos segundos después me levanté del charco de sangre que había vomitado sobre las escaleras y comencé a caminar hacia la puerta de la habitación observando todo a mi alrededor, nada se veía como antes, nada se escuchaba como antes ni tenia la esencia de antes, golpee la puerta de madera, no podía sentir mi lengua al igual que otras partes de mi cuerpo pero lo mas importante ya no había dolor, Diana abrió la puerta de par en par y me observó pasmada, mi estomago se retorcía como una criatura descontrolada llevando a mi mente solo una orden: Come.
Me lance sobre Diana, incrusté mis dientes sobre la apetitosa piel de su cuello y la arranque de un mordisco, por unos minutos sus gritos alcanzaron cada rincón de la cabaña intensificando los golpes de aquellos que intentaban entrar, pero luego calló con un ahogo y pude sentir como su corazón dejó de latir cuando trituraba uno de sus dedos con los caninos, lleve mi mano hasta la boca y saqué el anillo dorado de compromiso «hasta que la muerte nos separe» se grababa en su interior, lo tiré al suelo y seguí con mi festín.

    Luego de una hora bajé tambaleando las escaleras, toda la casa a mi alrededor se movía de un lado al otro al igual que un barco en una tormenta y me hacia golpeaba continuamente los muros, los golpes continuaban en las paredes de la casa, pero no sentía miedo ni dolor, no había alegría ni rabia, mis actos eran gobernados por el instinto y una gran parte de la conciencia había desaparecido.

    Abrí la puerta y vi el rostro cadavérico de aquel que una ves fue mi hijo, este me devolvió la mirada por unos segundo pero giró y comenzó a andar en dirección al fuerte resplandor que se percibía detrás del bosque,  juntó a él lo acompañaban otros que hacia tiempo fueron sepultados y todos comenzaron a caminar detrás de él. El pueblo estaba en fiesta y muchos borrachos tambaleaban por las calles, los jóvenes fornicaban escondidos por el bosque y los niños dormían indefensos en sus camas. Mi estomago comenzó a retorcerse de nuevo y el hambre volvió aun mas intenso, la poca cordura que tenia desapareció y comencé a caminar con el resto en dirección al pueblo acompañado de la niebla a través los arboles. Hacia nuestro gran banquete.

FIN
Noviembre 16, 2011





5 comentarios:

  1. Un relato espectacular. Me gustó de principio a fin. Es el primer relato del ejercicio que voté, no solo por gusto sino porque era de terror puro. Te tensa en todo momento. Gran trabajo, Chirinos. Te superás día a día.

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  2. Muy bien realizado Leo.Tiene varias partes realmente aterradoras.Lo disfrute mucho.

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  3. Impresionante... muy, muy bueno... Terrorífico de verdad... ¡¡ Felicitaciones !!... Un gustazo leerte...

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  4. eres el mejor....lo mas fabuloso es que me lo leiste tu...por eso amare este relato siempre.

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